sábado, 16 de marzo de 2013

Un Dios

Llegaban las vacaciones y yo estaba en crisis nuevamente, pero esta vez era peor. Mi año había sido catastrófico: en dos meses fallecieron repentinamente mis dos abuelos.

Como todos los diciembres volvía Clara del monasterio. Ella es mi mejor compañera, pero respecto a religión diferimos sorprendentemente. Ella abraza su cruz, mientras yo pregonaba la inexistencia de un ser superior. Creía simplemente en el Karma, pero esa vez mis creencias no bastaban para entender lo que sucedía. 

Tengo pánico al día 13, uno de mis abuelos murió un martes 13 y el otro un viernes del mismo número. Era miércoles cuando vino Clara a tomar mates a casa, entre charla y charla, me contaba lo gratificante que era estar constantemente ofrecida a su Dios.

Cuando le conté lo que me había sucedido, en vez de llorar conmigo, ella estaba en paz absoluta. Me enervaba verla tranquila, para mí el mundo era una mierda y ella sonreía. Después de que terminé de llorar, me miró y dijo: "Con el pesimismo con que enfrentás la vida, te apuesto un viaje juntas a Roma que no lográs estar un año en el convento." Agarró su campera y se fue, y me dejó pensando... siempre habíamos soñado con hacer ese viaje, pero para eso debía poner en riesgo mis creencias.

El jueves 13 de enero, estaba yo parada frente a la casa de Clara con el bolso en la mano. Cuando salió fuimos en busca de un colectivo que nos lleve al monasterio. 

Nunca me había sentido tan fuera de lugar, nunca había rezado a un ser superior. Los primeros meses fueron una tortura, no me acostumbraba a levantarme cada día a las seis de la mañana para comenzar una ceremonia tan particular.

Un año después de aquella charla con mates, golpearon a la puerta de mi pieza. Carla entró, se sentó en el borde de mi cama y me entregó un sobre. Al abrirlo encontré dos pasajes y una nota que decía: "Porque ahora mirás el mundo con otros ojos."

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