martes, 26 de agosto de 2014

¿Por qué entre dudas y autorespuestas no puedo salir del colchón?
Será que mi intuición nunca fallaba en su arco y hoy no quiero saber la verdad..
Será que siento que hay más verdades que escapan todas esas ideas vanas que se inyectan en mi cabeza y que en el fondo sé que las invento sin querer.. que los miedos viejos siempre pinchan cuando soltás la carcajada y disfrutas mirándote desde afuera..
Serán.. serán tantas cosas? será la nada?

                embrollo donde me metí conocido viaje vacío a donde nadie quiere acompañar.

Sólo me gustaría soltarme de esas ideas que me persiguen.
No tienen cara, no tienen cuerpo ni nombre.
Cómo hago para temerles?
Qué poco realista soy.

lunes, 28 de abril de 2014

En entrada y por el final se repetían los mismos coros, subian y bajaban las voces, los tonos,los matices, el  color.
Me quede en un detalle. no recuerdo si el libro o su color en si, lo mire y al mirarlo me encontré siendo letra.
Me dibuje mentalmente sentada en una G siempre me habia llamado la atención y me recoste sobre esa curvita que tiene abajo..

No era de esto nada verdad, solo el tilde que escribían los dedos cuando dijeron tengo ganas de escribir historias sin que digan nada.

Me quedo acá.

lunes, 16 de diciembre de 2013

¿Hasta cuándo?

Hasta cuando el mar deje de morder la orilla de arena contemplaré. 
Mientras espero a que el alba me despierte me quedaré soñando. 
Mas aún, espiaré por donde el agua se escabulle hasta que me encuentres.
-
No me mires, no estoy lista. 
Solo cuando termine dejaré que voltees o tal vez me camine al frente tuyo para que me observes. 
No me escucharás, y no te escucharé, hasta que acallemos esas voces lejanas.
-
Cállate, no te prepares.
Mis ojos están en ti, mis pupilas aplauden.
Estaremos preparados, siempre lo estamos: esas voces no son más que susurros callados. 

lunes, 2 de septiembre de 2013

Beso

Te dejo un beso
aquí:
en tu mejilla;

para que luego,
a escondidas,
sin que te vea,
lo desplaces a donde quieras.

Me llevo tu beso
aquí:
en mi mejilla;

para luego
correrlo con mi dedo
y besarlo
sin que me veas.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Luz

Fuimos luz, 
nos enceguecimos. 
Empezamos a buscarnos con las manos, 
encontramos el roce perfecto.
Ejercitamos la vista hasta cruzar un par de miradas, 
pero no nos conformamos hasta vislumbrar nuestras almas. 
Tal vez nunca dejemos de ser lo que fuimos,
pero aprendamos a vivir distinto. 
Quizá jamás nos olvidemos, 
pero busquemos continuamente hallarnos en otras personas. 
Seguimos ciegos y lo sabemos, 
seremos luz si nos encendemos.

lunes, 12 de agosto de 2013

Hoy

Hoy no se puede dormir. Ya se ha quitado el uniforme y dejado la pollera bien acomodada a los pies de la cama; las medias y la chomba han ido a parar al canasto para lavar. Se ha sentado en la cama y deshecho lentamente las dos trenzas que habían adornado aquel día su cabello; sus dedos se hundían en cada nudo y se deslizaban lentamente hasta la punta del pelo. 
Hoy está acostada abrazada a su libro. No lo ha abierto aún, está esperando como quien espera a que comience una función. Antes de fijarse dónde está el señalador, siempre antes de hacerlo, ella se toma unos minutos para recordar lo que leyó la noche anterior e imaginar qué ha de pasar. Mientras lo hace mantiene los ojos cerrados, trata de que su imaginación siga la historia con gran perfección. Se detiene en los detalles, en los roces de la piel y en las miradas; las miradas son su punto débil.
Hoy mientras inventa qué puede suceder se acuerda de un par de ojos, de pupilas oscuras, que penetraron las suyas alguna vez. Trata de describirlas mentalmente, sacar una foto quizás. La niña comprende entonces que es mejor seguir leyendo, que aquella mirada nadie la podrá retratar jamás con palabras.
Hoy la pequeña se equivoca, la autora del libro que estaba abrazando ya había logrado escribir en un papel lo que una mirada igual le provocó una vez. 

domingo, 7 de julio de 2013

Hubiese

Hoy nos vimos, hablamos, nos reímos; pero hubiese preferido que no sucediera. 
Tocaste el timbre y se me paró el corazón como nunca antes. Gritó, quería salir y decir algo; lo callé. 
Fui, te abrí la puerta y me arrepentí; vi tu mirada perdida, vi tu mirada vacía. Te saludé, nuestros rostros se rozaron y hubiera querido parar el tiempo allí. 
Entraste y te sentaste en una silla, esa que ocupas siempre. Yo hubiese querido que te quedaras parado con los brazos abiertos y poder sumergirme en el calor de tu cuerpo. Te ofrecí algo de tomar y elegiste un mate, mala elección. Cada vez que te pasaba el mate y nuestros dedos se tocaban un segundo sentía las vibraciones pasar, nos uníamos instantáneamente. 
Te miré a los ojos, estaba decidida a hablar. Pero en mi vocabulario no encontré más que palabras banales. Hablamos por horas, analizamos el mundo y nos reímos de nosotros mismos. Durante la charla me mordí varias veces el labio, creo que te diste cuenta; hubiese querido que me dijeras algo al respecto, tal vez tomaba coraje para expresarme. Pero miraba tus ojos y no me veía en ellos, tampoco te veía a ti.
Se hizo de noche, pediste que te abriera la puerta. Nos despedimos, supe que era mi última oportunidad; no la aproveché. Cerré la puerta a tu espalda y sentí cómo despacio se rompía algo en mi ser. Me senté en el piso y lloré; hubiese preferido no callar.

sábado, 29 de junio de 2013

Extrañaré

_____: 
Escribo estas pocas líneas para decirte lo que siempre callé. Me hubiese encantado continuar mis días contigo, pero en la vida las almas parecen juntarse para luego separarse. 
Ha llegado la hora, debemos alejarnos. Nunca sabré por qué esto ha de ocurrir, pero de ti ya todo lo he aprendido. Si cuando lees esto te has ido solo pido que dediques un momento para abrazarme con la mente; en caso contrario, tómate ese tiempo para rodearme con tus brazos.
Gracias por los momentos de risas y mucho más por las caricias. Debo confesar que eres inolvidable, que tendré que superar esto como cada pérdida, pero nunca te irás de mí. Cada vez que necesite paz pensaré en ti, cada vez que me haga falta un consejo trataré de rebuscar en la memoria alguna de las frases que ya me has dicho.
Estaré aquí por si me vienes a buscar, o espérame que te alcanzaré cuando lo necesites. 
Te extrañaré _____.

Nota de la autora: los espacios vacíos tienen como finalidad que cada lector los complete con el nombre de alguien de quien se ha alejado, ya sea por un vínculo roto, una pérdida, la distancia o lo que fuere.

lunes, 10 de junio de 2013

Sucedió

Todo fue preciso. La voz, la compañía, el perfume, el libro. Todo llevó al hecho.

lunes, 3 de junio de 2013

Encontrarse

Cuando él llegó la encontró dormida. Estaba allí tendida bajo el árbol de la plaza que tantas veces habían recorrido juntos. Se acercó y vio a una hormiga caminando por su brazo llevando consigo un pedazo de hoja seca. Notó también cómo otra se abría camino por los pliegues de su falda.

Ella lo había estado esperando y se durmió viendo las nubes pasar. Sentándose a su lado, él la acarició con prudencia; hacía meses que no tocaba aquella piel. Intentó despertarla pero ella no reaccionó. Tras contemplarla un largo rato le dio un mimo por la espalda haciéndola estremecer; aquella caricia había tocado su alma.

Al abrir los ojos, encontró a su amado. ¡Cuánto tiempo lo había esperado! 

jueves, 25 de abril de 2013

Suma (2009)

No era lo mismo sin él, fue quien me enseñó a creer, a amar, pero de quien nunca aprendí lo cómo era olvidar. Juntos creábamos un mundo en el cual la magia nos envolvía de pies a cabeza. No comprenderé jamás cómo ha podido partir, siendo yo su mejor aprendiz.

Era comienzo de primavera, todo ocurrió en una fiesta donde rodeada de velas pude distinguir su silueta. Parecía más bien un amigo que un desconocido. Fue como encontrar en la negrura de la noche una luciérnaga al pasar.

Me miró, lo miré, fuimos uno. Tras escuchar decir: "Son tal para cual", todo se esfumó; me besó, fue tan extraño y a la vez hermoso. Un sentimiento poco común penetró en mis venas; era él, lo sabía pero no podía: no podíamos. En el momento la inconsciencia nos llevó a volar lejos de la realidad. Al comprender lo que implicaba la situación ambos pensamos en olvidarlo todo, pero era imposible negarlo.

Día por medio jugábamos a las escondidas con la rutina; nuestro mejor escondite: el mundo que juntos habíamos creado. Allí todo parecía brillar, éramos tan inoportunos, inconscientes y hasta incoherentes que nada a excepción de nosotros nos incumbía. En aquel escondrijo yo aprendí que uno más uno siempre es uno y dividiéndolo en dos personas también es uno; siempre seremos uno, aunque ahora seamos dos: nosotros y ella.

Ella la que está con él, con quien comparte las noches sin saber que lo recuerdo y me arrepiento. Fue una tarde ventosa en que me invitó a nuestro mundo. Acepté la invitación tras pensarlo un rato. En ese atardecer, sentados en un banco, le di a conocer mis ganas de dejar de volar. Nunca comprenderé de dónde había sacado esas palabras y qué me había dado la fuerza para decirlo, pero lo hice sin muchos rodeos.

No es lo mismo sin él, se ha ido. Inútil es lamentarme habiendo sido yo quien lo ha echado; no hizo más que cumplir mis palabras. Se acabó, no está. Debo agradecerle todas sus enseñanzas, mucho de lo que sé es gracias a él. Aunque ahora esté ella, somos y seremos uno. Él confió en mi aprendizaje y con ello me declaro hoy feliz.

jueves, 21 de marzo de 2013

Paraguas

- Si quieres podemos abrir el paraguas...
- Pero ¡si no llueve!
- Así podríamos estar un poco más cerca...

Encontrarla

Puso la llave en la cerradura y abrió lentamente la puerta de su departamento; en medio de la oscuridad tanteó hasta encontrar el interruptor de la lámpara de pie que estaba junto al sillón. Respirando hondamente observó su tranquilo hogar, todo estaba allí justamente como lo había dejado aquella mañana.

Tras sacarse los zapatos se acercó a la cocina, y calentó agua para prepararse un poco de café; con la taza ya en la mano y el humo empañando sus anteojos tomó el libro que había quedado sobre la mesa y se acomodó bajo la luz. 

Dejando reposar los pies en lo que sobraba del sillón se dispuso a leer un par de hojas. La novela lo tenía atrapado, se mordió el labio inferior a la espera de algún suceso. Cuando la vista se le cansó, se quitó los lentes y se durmió.

Se despertó una horas después, con un poco de saliva cayendo por su barbilla. Bostezó mientras se desperezaba y un terrible halo de mal aliento se sintió en el ambiente. Se frotó los párpados mientras se disponía a ir a su habitación. Levantó la mirada y allí estaba ella.


Ella estaba sonriéndole cual guardiana de sus sueños. Él quiso abrazarla, pero se contuvo, quería mirarla un instante más. Había soñado por años con aquel momento, extrañaba sus caricias y escucharla leerle las más conmovedoras historias. Ella le puso la mano en su hombro, el calor de ese gesto le traspasó la camisa; él intentó no respirar unos segundos, quería que aquello durara para siempre.


Por un instante desvió la mirada de aquella bella sonrisa, y cuando volvió a buscarla ella se apartaba lentamente por el pasillo hacia la cocina.

Con lágrimas en los ojos volvió a recostarse; intentó dormir nuevamente. Inhaló y exhaló repetidas veces tratando de calmarse para poder descansar y fue entonces cuando sintió olor a cebolla cocinándose, ese aroma lo himnotisó repentinamente. Se calzó las pantuflas y siguió los pasos de ella.

La encontró revolviendo trozos de cebolla que se estaban dorando en la sartén; ella bajó la mirada para su costado derecho y lo mismo hizo él. Allí estaba él de pequeño tirándole el delantal a su madre y ella acariciándole el rostro.

lunes, 18 de marzo de 2013

Primera noche

Quise hallar las palabras para explicarte la belleza de la luna en esta noche; tartamudeé y me quedé callada, fue imposible. Miré tus ojos, esos ojos marrones que tantas veces me endulzaron, y comprendí que no era necesario aquel esfuerzo. Entendí que tan solo necesitaba tomarte de la mano y llevarte cuesta arriba antes de que terminara de anochecer.

Mis dedos se enlazaron con los tuyos, te sonreí decididamente y comenzamos a caminar. Mis ágiles pasos apresuraban tu andar pero no preguntaste dónde íbamos, nunca lo hacías. Nuestras palmas sudadas no tenían intención de separarse, se sentían seguras allí.

Llegamos finalmente a la cima desde donde se contemplaba perfectamente la luna, pero había anochecido. El contraste del brillante blanco con el fondo violeta del que me había enamorado ya no se veía; la luna posaba nuevamente sobre el cielo oscuro.

Te abracé y lloré, lloré mil lágrimas de cristal y tú seguías ahí consolándome con tu silencio; me besaste en los labios dándome a entender que al menos tú no habías cambiado. Contemplaste la luna por un instante y luego, deteniéndote en mi mirar, me regalaste la noche.

Temo

¿A qué te refieres cuando hablas de entender? Dime, ¿a qué te refieres? Me gustaría saber si te has puesto en mi lugar, si alguna vez dejaste ir a quien te enseñó a amar. Quisiera que trates de comprender que a veces se necesita decidir con la cabeza para cuidar los corazones. Sería hermoso seguir cada latido y escuchar lo que dicta la piel, pero ¿nunca has temido por la integridad de tu corazón? Pues yo lo he hecho: temí por el tuyo y por el mío; por el tuyo en primer lugar. 

sábado, 16 de marzo de 2013

No coquetear

Si algún día te encuentras coqueteando con la muerte, recuerda que en toda relación una de las partes se involucra más que la otra. Puedes tomar este consejo como dejarlo, pero luego espero que esta amante no te tome desprevenida.

En día en que la conocí llovía. Abrí el paraguas y esperé el colectivo. La línea B pasaba cada cuarenta minutos, pero aquella vez se atrasó. Las piernas me temblaban y miles de imágenes se cruzaban por mi cabeza. Sabía que ese retraso podía cambiar el rumbo de los sucesos, pero intentaba permanecer tranquila. 

El micro frenó, subí rápidamente las escaleras sintiendo que alguien lo hacía detrás mío. Al voltearme, no había nadie allí. El temblor del pulso hizo que coloque las monedas del pasaje despacio en la máquina, escuchando el caer de ellas en el interior de la caja metálica.

Me senté, ideando el nuevo plan a seguir. Sabía que estaba en la casa, sabía que no iría al trabajo. El reloj marcaba las diez menos veinte. Al visualizar la parada tomé envión; y, sosteniéndome de una de las barandas, le pedí al colectivero que se detuviera. Bajé y con paso ligero caminé con el paraguas hacia la casa.

Allí lo vi, cocinando un arroz blanco, revolviéndolo con una cuchara de madera. Lo abracé por la cintura y le besé el cuello. Suavemente estiré la mano hasta alcanzar la cuchilla. Mi mano estaba firme; las cortinas, la cacerola, todo lo que estaba ahí eran cómplices míos.

El silencio, el silencio fue lo que falló. Él escuchó cómo mi cuerpo se movía hasta posicionar el filo tras su cuello. Oyó, oyó y actuó. En un movimiento fugaz sentí cómo la cuchilla era introducida lentamente en mi pecho. Me vi sangrando, vi cómo él lloraba sin parar. No me desperté.

Vuelvo a tener conciencia desde el momento en que llega la policía de turno. Observando mi cuerpo tirado en las baldosas de la cocina, ordenó moverme y llevarme a la funeraria.

Esperaba encontrarme con mi familia, algún amigo y hasta el vecino. Yacía yo en el lecho de muerte, sólo mi madre lloraba. Le entendí unas pocas palabras "Juicio...", "Novio..." y "Te perdono." Fue entonces cuando decidí, mi amor, venir a contarte la historia, y recomendarte nunca coquetear con la muerte. 

Confesiones

Al terminar de rezar sus veinte rosarios diarios y ponerse en las manos del Señor, el Padre Carlos partió hacia su parroquia. Las primeras cuatro horas del día estaban destinadas a las confesiones.
Se puso el hábito, entró a la capilla y se persignó. Adentro ya estaba esperándolo la hermana Mariana, aquella muchacha que rara vez se apartaba del camino de Dios. Se encontraba arrodillada en el banco más cercano a la estatua de la Virgen María; lloraba, y lo hacía sin parar. Tenía las manos mojadas de lágrimas y al pararse se frotó las rodillas doloridas de haber estado pidiendo perdón arrodillada sobre arroz.

El Padre Carlos se sorprendió con esa imagen, nunca la había visto tan destrozada. Se acercó y, rodeándola con su brazo, le dijo: "¿Qué sucede hermana mía?" Fue entonces cuando ella levantó la cabeza y titubeando dijo: "Sucede... sucede que ayer..." las lágrimas no la dejaban seguir, se ahogaba y la respiración era cada vez más forzada. "Sucede que ayer no he hecho la oración de la noche" confesó en un suspiro. "No temas hermana, el Señor te ha perdonado", dijo el cura pacíficamente. La monja se quedó observándolo unos minutos, pareció que algo la invadió de repente consolándola y borrándole las huellas del llanto. Ambos se sentaron a leer la lectura de la misa de esa mañana.

Una hora más tarde vieron entrar a una mujer con los ojos rojos y la cara hinchada. Se acercó al cura diciéndole: "Padre Carlos necesito su ayuda, debo confesarme." Él, dejándole la biblia a la monja, la acompañó hasta otro sector de la capilla invitándola a sentarse y contar su pecado. "Padre, usted sabe que en estos días mi marido ha perdido el trabajo" dijo la mujer mientras él asentía con la cabeza. "El fin de semana mi nene se ha enfermado, lo hemos llevado al doctor, quien le recetó medicamentos que no están al alcance de mis manos. Fue entonces cuando sumida en desesperación salí a la calle, dejé al nene con mi marido, fui en busca de dinero. Ofrecí mis servicios sexuales a un par de autos que me aceptaron remunerándome bastante bien. He logrado comprar los antibióticos pero no logro borrar aquellas imágenes de mi mente", explicó la señora. "Vaya con Dios, sus pecados han sido perdonados" dijo el cura tomándole la mano para ayudarla a pararse.

Unos minutos después entró un hombre vestido de jean con la mirada perdida. Buscó al Padre y al acercarse a él rápidamente largó su confesión: "He estado haciendo negocios en negro, no he cumplido con las promesas que hice a mis trabajadores y ellos trabajan arduamente todos los días de la semana.""¿Estás dispuesto a cambiarlo?" preguntó el cura. El hombre asintió y luego el Padre colocó una mano en su frente liberándolo de sus pecados.

Ese mismo día pero por la tarde apareció un señor vestido de traje, Carlos lo había visto en algún lado. El cura le preguntó qué hacía allí y este le contestó: "La ley que permite el aborto se sancionó y he votado a favor." Fue entonces cuando el Padre comprendió que esta confesión era la más dura que había oído en el día; no lograba comprender cómo el poder podía lograr que alguien cambie sus convicciones para no perder seguidores.

Chau amor

Allí lo vi, tendido sobre los pastos secos del baldío que separaba mi casa de la suya. Estaba tumbado boca abajo con su jean desgastado, descalzo y con el torso descubierto. Esa imagen y todas las ideas que rondaban en mi cabeza tratando de entender la situación, me paralizaron. Me detuve un instante por temor a lo que podía llegar a hallar y me dediqué a mirar el entorno.

El sol cuasi-primaveral brillaba esa mañana entre medio de nubes que se movían ligeramente. El viento soplaba impidiendo que el calor fuera percibido por mi cuerpo, por el contrario, tenía frío. Aunque dudo si ese frío se debía a la temperatura o a la escalofriante imagen que se presentaba frente a mí. Parecía que la ciudad no había amanecido aún; a pesar de que eran las nueve de la mañana nadie transitaba las calles.

Tuve miedo, tuve miedo al acercarme y descubrir que no dormía. Su espalda estaba embadurnada con un mejunje de sangre y tierra. Comencé a llorar, me agaché y dando vuelta su cabeza me encontré con su mirada perdida. Los bellos ojos color café de los que siempre estuve enamorada estaban desviados, ya sin vida. Su boca; esos labios carnosos que tan apasionadamente me habían besado estaban empapados en sangre. Me desesperé, no sabía qué hacer; la tristeza, bronca y confusión se fusionaban dentro de mi pecho logrando inmobilizarme.

Grité, grité fuertemente sintiendo que mis cuerdas vocales se desgastaban. No aparecía nadie. Lloré tirada a su lado abrazando aquel torso desnudo que me había dado calor. Así me dormí, queriendo no despertar nunca.

Ataque final

Amaneció temprano, habíamos pasado aquella noche anclados en Pearl Harbor. Los marineros aún se estaban levantando cuando mi labor fue interrumpida.

Con el delantal puesto, mientras preparaba el desayuno oí alboroto y el ruido de turbinas. Con mi compañero de cocina subimos a ver qué sucedía. Eran varios aviones militares, aviones que volaban bajo y eran japoneses. Un escalofrío corrió por nuestras venas, debíamos decidir qué hacer.

Corrimos, corrimos a despertar a los otros navegantes. Mientras salíamos, los japoneses dispararon una bomba por debajo del mar que impactó con la parte inferior del barco. Fue entonces cuando comenzamos a desesperarnos, ello implicaba que nos empezaríamos a hundir. Algunos se tiraron por la borda, mientras otros quedamos paralizados del terror.

Logré saltar antes de que una bomba impactara verticalmente en el centro de nuestro barco. Este último disparo destruyó el navío que cayó sobre muchos de mis compañeros que nadaban desesperados. Quienes logramos escapar llegamos a la orilla agitados y con los rostros tan pálidos como la cal.

Este 7 de diciembre ha marcado mi vida, y tal vez sea un punto de inflexión en toda la violencia que caracteriza al mundo entero desde 1939.

El encuentro

Empezaba un nuevo día en el que mamá, aún sin trabajo, nos abrigaba a mis hermanos y a mí para salir en busca de algún alimento que sacie un poco nuestro hambre. El hélido frío matutino congelaba mis dedos escuálidos y sucios. Cada uno con su bolsa vacía comenzaba la búsqueda en un sentido distinto.

Aquél día me tocó ir sola a la zona Norte, Clara, quien siempre me acompañaba tenía un terrible estado gripal y debió quedarse junto al fuego. Mi trabajo era siempre el mismo: abrir cuidadosamente las bolsas de basura e introducir las manos entre los desechos con la esperanza de sentir la textura de un poco de pan, arroz o carne.

Fue en una de esas bolsas donde sentí algo pegajoso latir, pensé en la probabilidad de que alguna moustrosa  persona hubiera embolsado a un bebé. Rompí desesperadamente el plástico, pero en su interior veía tan solo residuos. Desparramé el contenido en la vereda y escarbé hasta encontrar lo que provocaba los latidos. 

Lo tomé entre mis manos, era una pequeña bola pegajosa muy similar a una mora. Su luminosidad parecía el brillo de una lamparita azul. Tenía dos orificios separados por los cuales emanaba un soplido constante. Sus ojos pequeños transmitían compasión. 

Encontrar este diminuto ser parecía ser una señal del destino. Acuclillada junto a una vidriera lo acaricié, no conocía su origen y probablemente nunca lo sabría. Quería mostrarlo, contarle a todos su existencia; pero debía seguir trabajando.

Cuando ya había conseguido la comida suficiente para que al volver mi madre no me castigue, decidí regresar. Teniéndolo en el bolsillo le conté a ella la historia, tratándome de loca me hizo callar.

Esa noche en vez de dormir fui en busca de mi tío, amante de las cosas extrañas. Él miró lo que le mostraba y lo investigó. Justo cuando me lo devolvía pasó algo asombroso. En el momento en que su mano y la mía lo sostenían mutuamente se desvaneció convirtiéndose en un líquido viscoso. Sustancia que se escabullía entre los dedos cayendo al piso.

Asombrados, permanecimos aproximadamente veinte minutos observando el suelo enchastrado. De repente, el líquido azulado volvió a tomar forma de mora; brillando más fuerte que antes comenzó a vibrar y volar chocándose las paredes. Sin sabes qué hacer tratamos de agarrarlo pero fue imposible. Finalmente abrimos puertas y ventanas y el misterioso sujeto voló fuera de la casa encaminado hacia Marte.