lunes, 18 de marzo de 2013

Primera noche

Quise hallar las palabras para explicarte la belleza de la luna en esta noche; tartamudeé y me quedé callada, fue imposible. Miré tus ojos, esos ojos marrones que tantas veces me endulzaron, y comprendí que no era necesario aquel esfuerzo. Entendí que tan solo necesitaba tomarte de la mano y llevarte cuesta arriba antes de que terminara de anochecer.

Mis dedos se enlazaron con los tuyos, te sonreí decididamente y comenzamos a caminar. Mis ágiles pasos apresuraban tu andar pero no preguntaste dónde íbamos, nunca lo hacías. Nuestras palmas sudadas no tenían intención de separarse, se sentían seguras allí.

Llegamos finalmente a la cima desde donde se contemplaba perfectamente la luna, pero había anochecido. El contraste del brillante blanco con el fondo violeta del que me había enamorado ya no se veía; la luna posaba nuevamente sobre el cielo oscuro.

Te abracé y lloré, lloré mil lágrimas de cristal y tú seguías ahí consolándome con tu silencio; me besaste en los labios dándome a entender que al menos tú no habías cambiado. Contemplaste la luna por un instante y luego, deteniéndote en mi mirar, me regalaste la noche.

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