sábado, 16 de marzo de 2013

Confesiones

Al terminar de rezar sus veinte rosarios diarios y ponerse en las manos del Señor, el Padre Carlos partió hacia su parroquia. Las primeras cuatro horas del día estaban destinadas a las confesiones.
Se puso el hábito, entró a la capilla y se persignó. Adentro ya estaba esperándolo la hermana Mariana, aquella muchacha que rara vez se apartaba del camino de Dios. Se encontraba arrodillada en el banco más cercano a la estatua de la Virgen María; lloraba, y lo hacía sin parar. Tenía las manos mojadas de lágrimas y al pararse se frotó las rodillas doloridas de haber estado pidiendo perdón arrodillada sobre arroz.

El Padre Carlos se sorprendió con esa imagen, nunca la había visto tan destrozada. Se acercó y, rodeándola con su brazo, le dijo: "¿Qué sucede hermana mía?" Fue entonces cuando ella levantó la cabeza y titubeando dijo: "Sucede... sucede que ayer..." las lágrimas no la dejaban seguir, se ahogaba y la respiración era cada vez más forzada. "Sucede que ayer no he hecho la oración de la noche" confesó en un suspiro. "No temas hermana, el Señor te ha perdonado", dijo el cura pacíficamente. La monja se quedó observándolo unos minutos, pareció que algo la invadió de repente consolándola y borrándole las huellas del llanto. Ambos se sentaron a leer la lectura de la misa de esa mañana.

Una hora más tarde vieron entrar a una mujer con los ojos rojos y la cara hinchada. Se acercó al cura diciéndole: "Padre Carlos necesito su ayuda, debo confesarme." Él, dejándole la biblia a la monja, la acompañó hasta otro sector de la capilla invitándola a sentarse y contar su pecado. "Padre, usted sabe que en estos días mi marido ha perdido el trabajo" dijo la mujer mientras él asentía con la cabeza. "El fin de semana mi nene se ha enfermado, lo hemos llevado al doctor, quien le recetó medicamentos que no están al alcance de mis manos. Fue entonces cuando sumida en desesperación salí a la calle, dejé al nene con mi marido, fui en busca de dinero. Ofrecí mis servicios sexuales a un par de autos que me aceptaron remunerándome bastante bien. He logrado comprar los antibióticos pero no logro borrar aquellas imágenes de mi mente", explicó la señora. "Vaya con Dios, sus pecados han sido perdonados" dijo el cura tomándole la mano para ayudarla a pararse.

Unos minutos después entró un hombre vestido de jean con la mirada perdida. Buscó al Padre y al acercarse a él rápidamente largó su confesión: "He estado haciendo negocios en negro, no he cumplido con las promesas que hice a mis trabajadores y ellos trabajan arduamente todos los días de la semana.""¿Estás dispuesto a cambiarlo?" preguntó el cura. El hombre asintió y luego el Padre colocó una mano en su frente liberándolo de sus pecados.

Ese mismo día pero por la tarde apareció un señor vestido de traje, Carlos lo había visto en algún lado. El cura le preguntó qué hacía allí y este le contestó: "La ley que permite el aborto se sancionó y he votado a favor." Fue entonces cuando el Padre comprendió que esta confesión era la más dura que había oído en el día; no lograba comprender cómo el poder podía lograr que alguien cambie sus convicciones para no perder seguidores.

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