sábado, 16 de marzo de 2013

Chau amor

Allí lo vi, tendido sobre los pastos secos del baldío que separaba mi casa de la suya. Estaba tumbado boca abajo con su jean desgastado, descalzo y con el torso descubierto. Esa imagen y todas las ideas que rondaban en mi cabeza tratando de entender la situación, me paralizaron. Me detuve un instante por temor a lo que podía llegar a hallar y me dediqué a mirar el entorno.

El sol cuasi-primaveral brillaba esa mañana entre medio de nubes que se movían ligeramente. El viento soplaba impidiendo que el calor fuera percibido por mi cuerpo, por el contrario, tenía frío. Aunque dudo si ese frío se debía a la temperatura o a la escalofriante imagen que se presentaba frente a mí. Parecía que la ciudad no había amanecido aún; a pesar de que eran las nueve de la mañana nadie transitaba las calles.

Tuve miedo, tuve miedo al acercarme y descubrir que no dormía. Su espalda estaba embadurnada con un mejunje de sangre y tierra. Comencé a llorar, me agaché y dando vuelta su cabeza me encontré con su mirada perdida. Los bellos ojos color café de los que siempre estuve enamorada estaban desviados, ya sin vida. Su boca; esos labios carnosos que tan apasionadamente me habían besado estaban empapados en sangre. Me desesperé, no sabía qué hacer; la tristeza, bronca y confusión se fusionaban dentro de mi pecho logrando inmobilizarme.

Grité, grité fuertemente sintiendo que mis cuerdas vocales se desgastaban. No aparecía nadie. Lloré tirada a su lado abrazando aquel torso desnudo que me había dado calor. Así me dormí, queriendo no despertar nunca.

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