sábado, 16 de marzo de 2013

No coquetear

Si algún día te encuentras coqueteando con la muerte, recuerda que en toda relación una de las partes se involucra más que la otra. Puedes tomar este consejo como dejarlo, pero luego espero que esta amante no te tome desprevenida.

En día en que la conocí llovía. Abrí el paraguas y esperé el colectivo. La línea B pasaba cada cuarenta minutos, pero aquella vez se atrasó. Las piernas me temblaban y miles de imágenes se cruzaban por mi cabeza. Sabía que ese retraso podía cambiar el rumbo de los sucesos, pero intentaba permanecer tranquila. 

El micro frenó, subí rápidamente las escaleras sintiendo que alguien lo hacía detrás mío. Al voltearme, no había nadie allí. El temblor del pulso hizo que coloque las monedas del pasaje despacio en la máquina, escuchando el caer de ellas en el interior de la caja metálica.

Me senté, ideando el nuevo plan a seguir. Sabía que estaba en la casa, sabía que no iría al trabajo. El reloj marcaba las diez menos veinte. Al visualizar la parada tomé envión; y, sosteniéndome de una de las barandas, le pedí al colectivero que se detuviera. Bajé y con paso ligero caminé con el paraguas hacia la casa.

Allí lo vi, cocinando un arroz blanco, revolviéndolo con una cuchara de madera. Lo abracé por la cintura y le besé el cuello. Suavemente estiré la mano hasta alcanzar la cuchilla. Mi mano estaba firme; las cortinas, la cacerola, todo lo que estaba ahí eran cómplices míos.

El silencio, el silencio fue lo que falló. Él escuchó cómo mi cuerpo se movía hasta posicionar el filo tras su cuello. Oyó, oyó y actuó. En un movimiento fugaz sentí cómo la cuchilla era introducida lentamente en mi pecho. Me vi sangrando, vi cómo él lloraba sin parar. No me desperté.

Vuelvo a tener conciencia desde el momento en que llega la policía de turno. Observando mi cuerpo tirado en las baldosas de la cocina, ordenó moverme y llevarme a la funeraria.

Esperaba encontrarme con mi familia, algún amigo y hasta el vecino. Yacía yo en el lecho de muerte, sólo mi madre lloraba. Le entendí unas pocas palabras "Juicio...", "Novio..." y "Te perdono." Fue entonces cuando decidí, mi amor, venir a contarte la historia, y recomendarte nunca coquetear con la muerte. 

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