Durante y tras los estruendos,
cuerpos jóvenes envueltos en sábanas negras
flotaban en agua salada.
Embebidos en sangre e inexperiencia,
navegaban sin brújulas ni mapas.
Junto a tiburones de otros océanos,
se reducían a simples granos de arena.
No tenían espacio para respirar
y muchos de ellos se resignaron a ser sal,
sin saber que ésta nunca iba a dejar de salar.
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