Tocaste el timbre y se me paró el corazón como nunca antes. Gritó, quería salir y decir algo; lo callé.
Fui, te abrí la puerta y me arrepentí; vi tu mirada perdida, vi tu mirada vacía. Te saludé, nuestros rostros se rozaron y hubiera querido parar el tiempo allí.
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Te miré a los ojos, estaba decidida a hablar. Pero en mi vocabulario no encontré más que palabras banales. Hablamos por horas, analizamos el mundo y nos reímos de nosotros mismos. Durante la charla me mordí varias veces el labio, creo que te diste cuenta; hubiese querido que me dijeras algo al respecto, tal vez tomaba coraje para expresarme. Pero miraba tus ojos y no me veía en ellos, tampoco te veía a ti.
Se hizo de noche, pediste que te abriera la puerta. Nos despedimos, supe que era mi última oportunidad; no la aproveché. Cerré la puerta a tu espalda y sentí cómo despacio se rompía algo en mi ser. Me senté en el piso y lloré; hubiese preferido no callar.
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