Era comienzo de primavera, todo ocurrió en una fiesta donde rodeada de velas pude distinguir su silueta. Parecía más bien un amigo que un desconocido. Fue como encontrar en la negrura de la noche una luciérnaga al pasar.
Me miró, lo miré, fuimos uno. Tras escuchar decir: "Son tal para cual", todo se esfumó; me besó, fue tan extraño y a la vez hermoso. Un sentimiento poco común penetró en mis venas; era él, lo sabía pero no podía: no podíamos. En el momento la inconsciencia nos llevó a volar lejos de la realidad. Al comprender lo que implicaba la situación ambos pensamos en olvidarlo todo, pero era imposible negarlo.
Día por medio jugábamos a las escondidas con la rutina; nuestro mejor escondite: el mundo que juntos habíamos creado. Allí todo parecía brillar, éramos tan inoportunos, inconscientes y hasta incoherentes que nada a excepción de nosotros nos incumbía. En aquel escondrijo yo aprendí que uno más uno siempre es uno y dividiéndolo en dos personas también es uno; siempre seremos uno, aunque ahora seamos dos: nosotros y ella.
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No es lo mismo sin él, se ha ido. Inútil es lamentarme habiendo sido yo quien lo ha echado; no hizo más que cumplir mis palabras. Se acabó, no está. Debo agradecerle todas sus enseñanzas, mucho de lo que sé es gracias a él. Aunque ahora esté ella, somos y seremos uno. Él confió en mi aprendizaje y con ello me declaro hoy feliz.
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